Por fin llegó el gran día, fue en los jardines de la mansión de
Axel, fue únicamente una unión civil pero con el esplendor de una religiosa,
creo que en esos momentos cada quien le agradeció a su manera particular a
aquella fuerza creadora e invisible que nos rodeaba y por obra del destino hizo
posible nuestro enlace, aunque es verdad que nuestras propias voluntades
también jugaron un papel importante. A pesar de ser diseñadora, Gemma optó un
vestido blanco sencillo pero sensual a la vez, no podría detallarlo con
exactitud, lo haría torpemente; aparte, era su expresión de felicidad lo que me
atrapaba.
Al día siguiente de la de la ceremonia y la breve recepción, a
la cual, se quedaron hasta tarde prácticamente sólo los miembros del grupo de
inmortales, todos emprendimos el camino rumbo hacia al apartado lejano lugar
donde se llevaría a cabo mi conversión
Era un castillo enquistado en una parte boscosa y solitaria en
Escocia, ahí iba a ser la supuesta “luna de miel”, habíamos decidido que luego
de la boda, me convertiría de inmediato.
Ya entrada la noche, todos se reunieron en un gran salón, sólo
faltaba yo, me dieron un tiempo para relajarme, me di un largo baño y me alisté
como si fuera a una ceremonia, me vi al espejo, apenas unos escasos hilos de
plata se empezaban a notar en mi oscuro pelo y algunos surcos se comenzaban a
dibujar alrededor de mis ojos castaños que ya usaban anteojos, me alegré,
puesto que eran señales de me había esforzado para ser digno de Gemma; en
efecto, en estos 5 años que transcurrieron casi no había dormido, de igual
forma, me complacía aparentar más edad que mi esposa, cuando nos conocimos era
ella mayor que yo, aunque nadie lo hubiese siquiera sospechado, sé que suena
trivial y hasta ridículo que este aspecto me preocupara pero era uno de los
muchos tabúes con los que cargaba, sólo con el tiempo y conforme me fui
adentrando en el mundo inmortal, los fui dejando atrás. La conversión había
llegado en el momento justo: aún me veía joven pero no me sentía tan obtuso como
antes.
Apuré mi paso hacia el gran salón, con solemnidad indiqué que
estaba listo, Gemma me condujo a una habitación contigua, entramos, cerró la
puerta, me besó, me acarició la cabeza, el cuello, me susurró al oído: “es el
último dolor que sentirás; al menos físico, lo prometo, aunque por desgracia
del emocional nadie se salva, mucho menos nosotros”.
Traté de normalizar mi respiración, me desabrochó la camisa,
pasó las yemas de sus dedos por mi torso, al contrario de otras ocasiones,
transmutó de una temperatura cálida a la real, me fue tocando para que me fuera
acostumbrando al frío, la sensación gélida me invadiría de golpe, sentí un
agudo dolor en el abdomen y los escalofríos se apoderaron de mi cuerpo hasta
llegar a la hipotermia. Oficialmente, mi vida como humano terminó.
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