domingo, 9 de septiembre de 2018

Un oasis en el desierto. Final


Por fin llegó el gran día, fue en los jardines de la mansión de Axel, fue únicamente una unión civil pero con el esplendor de una religiosa, creo que en esos momentos cada quien le agradeció a su manera particular a aquella fuerza creadora e invisible que nos rodeaba y por obra del destino hizo posible nuestro enlace, aunque es verdad que nuestras propias voluntades también jugaron un papel importante. A pesar de ser diseñadora, Gemma optó un vestido blanco sencillo pero sensual a la vez, no podría detallarlo con exactitud, lo haría torpemente; aparte, era su expresión de felicidad lo que me atrapaba.



Al día siguiente de la de la ceremonia y la breve recepción, a la cual, se quedaron hasta tarde prácticamente sólo los miembros del grupo de inmortales, todos emprendimos el camino rumbo hacia al apartado lejano lugar donde se llevaría a cabo mi conversión

Era un castillo enquistado en una parte boscosa y solitaria en Escocia, ahí iba a ser la supuesta “luna de miel”, habíamos decidido que luego de la boda, me convertiría de inmediato.



Ya entrada la noche, todos se reunieron en un gran salón, sólo faltaba yo, me dieron un tiempo para relajarme, me di un largo baño y me alisté como si fuera a una ceremonia, me vi al espejo, apenas unos escasos hilos de plata se empezaban a notar en mi oscuro pelo y algunos surcos se comenzaban a dibujar alrededor de mis ojos castaños que ya usaban anteojos, me alegré, puesto que eran señales de me había esforzado para ser digno de Gemma; en efecto, en estos 5 años que transcurrieron casi no había dormido, de igual forma, me complacía aparentar más edad que mi esposa, cuando nos conocimos era ella mayor que yo, aunque nadie lo hubiese siquiera sospechado, sé que suena trivial y hasta ridículo que este aspecto me preocupara pero era uno de los muchos tabúes con los que cargaba, sólo con el tiempo y conforme me fui adentrando en el mundo inmortal, los fui dejando atrás. La conversión había llegado en el momento justo: aún me veía joven pero no me sentía tan obtuso como antes.

Apuré mi paso hacia el gran salón, con solemnidad indiqué que estaba listo, Gemma me condujo a una habitación contigua, entramos, cerró la puerta, me besó, me acarició la cabeza, el cuello, me susurró al oído: “es el último dolor que sentirás; al menos físico, lo prometo, aunque por desgracia del emocional nadie se salva, mucho menos nosotros”.



Traté de normalizar mi respiración, me desabrochó la camisa, pasó las yemas de sus dedos por mi torso, al contrario de otras ocasiones, transmutó de una temperatura cálida a la real, me fue tocando para que me fuera acostumbrando al frío, la sensación gélida me invadiría de golpe, sentí un agudo dolor en el abdomen y los escalofríos se apoderaron de mi cuerpo hasta llegar a la hipotermia. Oficialmente, mi vida como humano terminó.







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