Nos miramos
fijamente, ambos destilábamos pasión, deseo extremo, sin darnos oportunidad a hablar
nuevamente, él me llevó cargando a su habitación, me aventó en la blanca y colosal
cama, me acarició por largo rato, nos besamos sin descanso, me desvistió con
tranquilidad deteniéndose a admirar mi cuerpo, se despojó de sus ropas, se
colocó encima de mí, no dejó un centímetro sin besar, lamer, morder, por eso mi
reacción fue igual de encendida, el tocar, paladear esa piel pálida, perfecta
era el mayor placer que había experimentado hasta ese momento, de una inicial temperatura fría fue tornándose cada vez más cálida, cuando se dio la
unión sentí que explotaba en un éxtasis infinito, con cada embestida me moría
lenta y ardientemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario