De nuevo lo seguí, me daba rabia admitir que era más rápido que yo, me
resultaba curiosa la capacidad que tenía para dominar su brutalidad, algo que
sólo habíamos logrado los seres nocturnos de sangre fría, con años, más bien
siglos de concentración y práctica.
Una vez pasada su transformación, ya fuera porque amanecía o la luna
menguaba, parecía un humano cualquiera, bueno, no tanto, era deliciosamente
atractivo.
Completamente velludo, un pelaje azabache en el que empezaban a notar
unas cuantas hebras de plata, como la misma luna que lo regía, unos ojos
oscuros que igualmente rezumaban fiereza y picardía, una sonrisa blanca que
invitaba a las más traviesas fantasías, su estatura no era impresionante pero
con lo anterior que describí no le hacía falta, además al convertirse en lobo,
aumentaba su tamaño exponencialmente.
Mis apetitos habían sido saciados con infinidad de mortales, jamás me
había planteado, ni siquiera imaginado como sería con un depredador nocturno
igual que yo, hasta que me topé con él, lo he estado siguiendo, me he
sorprendido mordiéndome los labios, deseando poder hincarle el colmillo.
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