domingo, 6 de mayo de 2018

Un oasis en el desierto. Parte 7


Al tener un negocio próspero en mis manos tras 5 años de residencia en Londres y haber logrado uno de mis más grandes sueños: concluir la carrera de Arquitectura, tomé esa importante determinación, para lo cual, planeé un viaje al Cairo; esa fue la primera sorpresa, la segunda, fue organizar un paseo diurno por el Nilo en una embarcación muy típica llamada felucca, el paisaje era espectacular, adecuadamente iluminado por la luz de la luna llena.


Gemma observaba extasiada, seguramente recordaba la primera vez que hicimos una excursión similar, yo, no podía dejar de verla, su piel resplandeciente, el muy oscuro pelo surcando en las brisas de la noche, el semblante tranquilo que se transformaba con la más hechizante de las sonrisas, sus ojos ahora se veían negros pero con algo de luz se apreciaba un violeta que en definitiva, era y seguiría siendo atrapante, creo que ni la mismísima diosa Isis tendría un ligero parecido con ella.


Pronto llegamos a un pequeño campamento a orillas del río que ya estaba instalado para pernoctar ahí, en un escenario similar había transcurrido nuestra primera noche juntos, ahí fui realmente consciente de ese cambio de temperatura corporal que por mucho tiempo me intrigó, jamás una experiencia apasionada me había sido tan placentera como en aquella ocasión, en la que todos mis sentidos fueron deleitados.


Después de un recorrido nocturno a camello por las pirámides y que nuestros guías se retiraron a descansar, nos fuimos a nuestra tienda, los nervios empezaron a dominarme, ella lo notó y empezó a surtir su efecto tranquilizador, ese era otro don que me fascinaba, ese tacto suyo que conseguía relajarme casi me noquea, la detuve y como si nos leyéramos el pensamiento dijimos al unísono: salgamos a contemplar el amanecer.



Tomamos unas mantas, caminamos un poco pero sin alejarnos demasiado del campamento, justo en el cielo se iniciaba ese cambio de colores que lo anunciaría en un par de horas más, después de un largo rato de mirarla totalmente absorto, suspiré y por fin pude articular palabras:

-          Estoy más que dispuesto a unir mi vida contigo, con todo con lo que conllevaría, matrimonio, conversión, todo lo que implique estar contigo, estoy más que seguro, siempre y cuando consideres que soy un compañero digno de ti-.


Sus ojos se tornaron más claros, puedo jurar que así fue, sonrió con cierta expresión traviesa que no es tan habitual en ella y por lo mismo, me seduce cada vez que lo hace y expresó:


-          Es una propuesta de matrimonio un poco fuera de lo común-.

-          Nuestra relación no lo ha sido precisamente, pero si prefieres, lo puedo hacer de la manera tradicional- indiqué al mismo tiempo que me arrodillaba y proseguí:



-          No concebí la existencia sin volver a verte, para mi has sido ese torrente de brisa fresca que me despertó del letargo y en medio de una gran sed de ser yo mismo fuiste y seguirás siendo mi oasis en el desierto, por eso y muchos motivos más te pregunto: ¿te quieres casar conmigo?-.



-          Por supuesto que acepto- contestó sin dejar de verme.



Le hice entrega de un anillo de oro blanco, en el centro sobresalía una amatista idéntica a sus ojos rodeada de circonias, pasada la emoción, nos concentramos en la salida del Sol, regresamos a nuestra tienda, alistamos nuestras cosas y nos llevaron de vuelta al hotel en el centro del Cairo, me escabullí a su habitación y la celebración por nuestro compromiso adquirió un tinte erótico, está vez el éxtasis alcanzado tuvo un sabor diferente, me preguntaba si al convertirme también lo tendría. Jalil Abbud





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