(La experiencia de Celeste)
El sonido de una puerta que se cerraba fue lo último que
escuché, el tiempo se detuvo y tuve la sensación de adentrarme en un sueño que
no terminaría jamás, un dolor agudo en el pecho, un frío que fue
incrementándose hasta entumecerme, era el frío más extremo que había sentido en
mi vida, aunque ahora creo que estaba en esa delgada línea, entre seguir
perteneciendo a este mundo o pasar al siguiente plano existencial, si es que
existía:
“La oscuridad seguía
siendo profunda, como la del cielo nocturno sin estrellas ni luna, sentía que
caminaba sin llegar a ninguna parte, esa temperatura glacial dejó de
apabullarme, muy pronto ya no sentía ni frío ni calor, ni la textura del suelo
que estaba pisando, pero un olor a hierba llegó hasta mi olfato, de pronto
sentí que el viento tocaba mi rostro y hacía volar mi cabellera, aquel pasillo
oscuro que estaba atravesando comenzó a iluminarse, la luz se filtró para
indicarme por donde debía salir”.
“Un hermoso bosque se
convirtió en mi escenario, me pareció conocido y ajeno a la vez, mis sentidos
realmente se habían agudizado, cada esencia de todo cuanto me rodeaba me
llegaba triplicada, cada sonido, cada tonalidad, cada estructura, así fue como
llegué a un lago de aguas cristalinas en donde pude contemplar mi reflejo. Mi
piel se veía demasiado blanca, mi cabello revoloteaba salvajemente alrededor de
mi rostro, el color aceitunado de mis ojos se había tornado más claro, portaba
un vestido de mangas largas de una tela tan delicada y vaporosa que se confundía
con la neblina misma”.
“Unas pequeñas gotas
de lluvia comenzaron a caer, no me molestaban en lo absoluto, todo lo
contrario, me detuve a disfrutar lentamente de todo esto, alcé mi cara y
extendí los brazos para empaparme por completo, abrí los ojos, el tono grisáceo
del cielo anunciaba que la precipitación arreciaría, cuando esto ocurrió,
busqué refugio debajo de un sauce”.
“El sol salió en todo
su esplendor otorgándole a las gotas de rocío un brillo idéntico al de los
diamantes, el olor a pasto invadió mi sensitivo olfato, abundaban flores
blancas por doquier, entre ellas resaltaba un perfecto tulipán negro, lo tomé
con delicadeza entre mis manos porque no deseaba que se marchitara, unos
instantes después fui testigo de la más hermosa puesta de sol, luego la bóveda
celeste se tornó negra, una magnificente luna llena terminó de adornarla, su
luz me otorgó una exquisita sensación de paz”.
“Me hipnotizó el
reflejo del astro nocturno sobre las tranquilas aguas del lago, entré en ellas,
me dejé envolver por su frescura, me sumergí completamente, nadé hasta
cruzarlo, no sentía cansancio alguno, así que una vez en la orilla, proseguí
caminando hasta que comencé a notar algunos tintes violetas y naranjas en el
cielo, justo al amanecer llegué a un acantilado, en donde contemplé la
inmensidad de un mar ópaco y apacible”.
“Seguí el mismo camino
de regreso, retorné al bosque, la neblina espesó a tal grado de no dejarme ver
gran cosa, esta vez cuando el firmamento se tiñó de negro, no hubo una luna
resplandeciente que me hiciera compañía”.
“Tampoco hubo luz
solar que hiciera destellar el rocío sobre la hierba y que caía de los árboles,
de nuevo hallé entre las fragantes flores blancas un tulipán negro, en esta
ocasión lo dejé donde estaba, no quise arrancarlo, una fuerte lluvia se desató
en ese momento y no me dio oportunidad de refugiarme, de la nada, a lo lejos vi dos siluetas acercándose a mí que poco a poco fueron adquiriendo forma, la primera la reconocí al instante: era mi padre y la segunda parecía mi reflejo, con algunas diferencias, el misterio que me siguió una parte de mi vida como humana, pronto se revelaría"...