Hay
cosas que nos hubiera gustado que pasaran, pero por cobardía sencillamente de
nuestra imaginación no pasan, podemos preguntarnos toda la vida porque no
hicimos algo, porque no tuvimos el valor para atrevernos y morirnos sin saber
la respuesta.
En una
banca de un parque se encuentra un alma solitaria divagando acerca de que si el
amor existe o si no era un invento de la imaginativa y ociosa mente humana,
esto lo pensaba porque nunca lo había sentido. Al otro extremo se encontraba
otra, pero ésta era todo lo contrario, el amor movía su mundo y aunque nunca se
había encontrado a alguien especial, se la vivía enamorada de este sentimiento.
Pensamientos
disparejos, emociones opuestas y destinos inciertos, ¿tendrán algo en común
estos dos personajes?, a simple vista para nada, pero si vemos a fondo, ambos
tienen miedo a demostrar que están enamorados, los dos están absortos en su
propio mundo, en el que rara vez dejan entrar a alguien.
Pero
un día como era de suponerse, sus miradas se encuentran, se analizan
mutuamente, quizá tan profundamente hasta ver el más mínimo rincón de su pensar
y sentir, sonríen porque el resultado fue de su agrado.
Todas
las tardes se encuentran, se limitan únicamente a mirarse, no se hablan y al cabo
de unos minutos que para ellos es una deliciosa eternidad, cada quien sigue su
camino.
Ya los
dos saben de memoria en que lugar se esperan y justamente el 14 de febrero, él
le deja una rosa en la banca que siempre ocupa, ella la ve, la toma, le sonríe
y se va.
Este
ritual dura cinco años, pero al sexto
cuando él por fin está decidido a acercarse y declararle lo que siente, ella
jamás aparece, la espera al año siguiente pero ella no regresa.
Transcurren
los años, un hombre de pelo color plata y sin duda con experiencia a cuestas,
llega al parque, se sienta en la misma banca donde lo hizo mucho tiempo atrás,
una mujer con de idéntica descripción entra después y ocupa el asiento al que
una tarde hace muchos ayeres no pudo llegar, de nuevo sus miradas se
encuentran, se dan cuenta de que ya no son los mismos pero el brillo de sus
ojos no los dejan dudar. Se acercan, se abrazan y se quedan a contemplar el
atardecer hasta que el sueño los vence, sin importarles el frío del invierno.
Los
primeros rayos del sol que anuncian el amanecer son testigos mudos de tan
conmovedor escenario, dos cuerpos entrelazados han sucumbido al crudo viento
invernal, él fue el culpable de robarles hasta el último suspiro.
Al
verlos juntos, todos pensaron que eran esposos y así fue como los enterraron,
lo que en vida no pudo ser, tal vez si lo sea en la muerte.
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