martes, 13 de febrero de 2018

Historia para el 14 de febrero (Del baúl del pasado)




Hay cosas que nos hubiera gustado que pasaran, pero por cobardía sencillamente de nuestra imaginación no pasan, podemos preguntarnos toda la vida porque no hicimos algo, porque no tuvimos el valor para atrevernos y morirnos sin saber la respuesta.
                                  
En una banca de un parque se encuentra un alma solitaria divagando acerca de que si el amor existe o si no era un invento de la imaginativa y ociosa mente humana, esto lo pensaba porque nunca lo había sentido. Al otro extremo se encontraba otra, pero ésta era todo lo contrario, el amor movía su mundo y aunque nunca se había encontrado a alguien especial, se la vivía enamorada de este sentimiento.

Pensamientos disparejos, emociones opuestas y destinos inciertos, ¿tendrán algo en común estos dos personajes?, a simple vista para nada, pero si vemos a fondo, ambos tienen miedo a demostrar que están enamorados, los dos están absortos en su propio mundo, en el que rara vez dejan entrar a alguien.

Pero un día como era de suponerse, sus miradas se encuentran, se analizan mutuamente, quizá tan profundamente hasta ver el más mínimo rincón de su pensar y sentir, sonríen porque el resultado fue de su agrado.

Todas las tardes se encuentran, se limitan únicamente a mirarse, no se hablan y al cabo de unos minutos que para ellos es una deliciosa eternidad, cada quien sigue su camino.

Ya los dos saben de memoria en que lugar se esperan y justamente el 14 de febrero, él le deja una rosa en la banca que siempre ocupa, ella la ve, la toma, le sonríe y se va.

Este ritual dura cinco años,  pero al sexto cuando él por fin está decidido a acercarse y declararle lo que siente, ella jamás aparece, la espera al año siguiente pero ella no regresa.


Transcurren los años, un hombre de pelo color plata y sin duda con experiencia a cuestas, llega al parque, se sienta en la misma banca donde lo hizo mucho tiempo atrás, una mujer con de idéntica descripción entra después y ocupa el asiento al que una tarde hace muchos ayeres no pudo llegar, de nuevo sus miradas se encuentran, se dan cuenta de que ya no son los mismos pero el brillo de sus ojos no los dejan dudar. Se acercan, se abrazan y se quedan a contemplar el atardecer hasta que el sueño los vence, sin importarles el frío del invierno.

Los primeros rayos del sol que anuncian el amanecer son testigos mudos de tan conmovedor escenario, dos cuerpos entrelazados han sucumbido al crudo viento invernal, él fue el culpable de robarles hasta el último suspiro.

Al verlos juntos, todos pensaron que eran esposos y así fue como los enterraron, lo que en vida no pudo ser, tal vez si lo sea en la muerte.






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