Llegué a la inmensidad de su apartamento medianamente iluminado , su desparramada cabellera rojiza sobresalía en el tapete blanco que dominaba su sala de estar, acostada sobre el la encontré, en un perfecto estado de relajación, traté de no hacer ruido pero siempre me delataba mi aroma:
- Llegas a tiempo, aún falta media hora para las 12:00- murmuró con esa voz aterciopelada que siempre antecedía a la seducción.
- ¿Has cenado?- interrogué.
- Te preocupas demasiado, afuera hay un gran bullicio por los festejos de Año Nuevo y estamos en una ciudad con alto índice de criminalidad, estoy saciada, ¿y tú?- me regresó la pregunta con un guiño.
- Hice una pequeña excursión por el Hudson antes de venir pero se me antoja algo más mortal- contesté esbozando una sorisa pícara.
- Para no perder la costumbre, ¿qué has traído ahora?- inquirió curiosamente.
- Un vino blanco espumoso, de mi último viaje a Italia- le devolví el guiño.
- Vamos a la terraza- ordenó.
El departamento tenía vistas a Central Park, efectivamente se escuchaba un ambiente muy festivo, la gente vagaba por las calles bien abrigada, a nosotras la temperatura no nos afectaba, lucíamos delicados y sensuales vestidos, ella en rojo oscuro que resaltaba su pálida piel y el pelo rojizo, yo en dorado que acentuaba mi piel morena y la cabellera negra y larga.
Nos sentamos, sirvió las copas, por un momento me perdí en el chispeante burbujeo y luego en su oscura mirada, busqué su dedos con los míos, sonreímos con deseo, la cuenta regresiva comenzó, los fuegos artificiales iluminaron el cielo, el año 2000 había llegado.
- Feliz comienzo de siglo- dijo traviesamente.
- Por otro inicio de siglo más- añadí y chocamos las copas.
- Creí que irías a Londres a recibir este año- pregunté con extrañeza.
- Sabes que por lo general me gusta celebrar los inicios de siglo sólo contigo, algo me dice que será el último, ¿me equivoco?- asestó con seriedad.
- No lo sé, no adivino el futuro y no me gustaría, ¿para qué preocuparse por eso?, disfrutemos el ahora- respondí sin más.
Bebimos una copa más, teníamos la ventaja de poder saborear las bebidas mortales, era un don extraño pero lo poseemos y lo agradecemos sin hacer preguntas. Me tomó de la mano y fuimos a su recámara.
Entre besos suaves que fueron subiendo de intensidad nos fuimos despojando de las prendas mutuamente sin prisas, contemplando el contraste entre sí de nuestras pieles, deleitándonos con los aromas, sintiendo la sinuosidad de nuestras respectivas curvas, saboreando lo que pudiera ser degustable. Así estuvimos lo que quedó de la madrugada y parte de la mañana, en la tarde nos despedimos.
En efecto, cinco años después encontré a mi pareja eterna, dejando atrás y para mi memoria a los dos amores de mi existencia, ella tuvo razón, compartimos un inolvidable y último, comienzo de siglo.