E-MAIL
Ciudad de Nueva York, Martes 07 de Febrero 2012
11:45 pm
Leí por segunda vez su correo, de no conocerlo un poco hubiera creído que era una broma; pero no, siempre había hablado en serio, era demasiado frío como para hacer una.
Desde hace casi 4 años no sabía nada de él, no habíamos tenido ninguna forma de contacto, por eso me extrañaba que quisiera verme, más preciso aún, que fuera a verlo a París, de algún modo había averiguado que tendría que ir de nuevo, estaba meditando esto cuando sentí que unos labios apenas me rozaron el cuello y nos dedos recorrieron delicadamente mi espalda, se había acercado con toda la intención de seducir pero el semblante le cambió enseguida al leer el correo.
-¿Piensas ir?- interrogó.
-Aún no lo sé, estoy sorprendida- contesté tratando de no darle importancia.
-Quizá el sorprendido fue él al saber que tú y yo...-dejó la frase sin terminar, jaló una silla a mi lado, la conocía lo suficiente para saber que estaba entre confusa y molesta.
- No creo que el tema a tratar sea nuestra situación sentimental, no es del tipo que se inmiscuye en tales asuntos, además hace cuatro años que lo sabe- dije confiada.
- No sé, ya no puedo tener esa seguridad con él, ha demostrado ser impredecible- argumentó sin perder su enfado.
Admito que las cada vez más frecuentes ocasiones en que se ponía así me resultaban adorables e incluso chistosas, no pude evitar que se me escapara la risa y quisiera provocarla un poco:
-Tú, que a cada paso que das exudas sensualidad y apabullante seguridad, ¿estás celosa?- inquirí.
- Que bien que te cause gracia, no puedo ignorar la historia que hubo- recordó.
-También la tuviste con él- acerté.
-No con la intensidad que tú, podría afirmar que nuestra relación fue exclusivamente alumna- maestro- remató.
-De verdad, ¿nunca hubo algo más?, no me extrañaría, quedaste desamparada en una nueva e inverosímil situación, si se dio algo no tendría razón de recriminártelo- concreté.
- No, creo que lo único que logré fue que aflorara su instinto protector, sólo una persona consiguió que sintiera algo más que compasión y deseo- confesó.
- Y aún así acabó decepcionado, es un golpe del que dudo pueda recuperarse- finalicé.
Conocíamos toda la historia de cabo a rabo, en parte me sentía culpable, ya que la persona que por fin había conseguido al menos por un tiempo dejara a un lado su venganza fue descendiente mía, quizá esa culpa me impulsaba ir a verlo en lugar de convencerle a que me lo contara por teléfono, sentí que se lo debía.
-Entonces acompáñame- sugerí.
-Ya conozco París lo suficiente- rugió.
- No conmigo, la perspectiva de un lugar cambia con la compañía que tengas al lado- traté de suavizar.
- Está bien, te acompaño a la ciudad luz, pero de regreso, ¿podríamos dar una vuelta por los acantilados de Moher?
Ella había estado ahí más veces, creo que la última vez que estuve en aquel mágico sitio fue cuando nos conocimos, esos acantilados eran tal vez su única conexión con su vida mortal, sus recuerdos de esa existencia eran más escasos que los míos, por eso la entendía, lo mismo me ocurría cuando frecuentaba Teotihuacán o las ruinas del Templo Mayor.
-Lo que tú quieras- me rendí inevitablemente ante ella.
Nuestra relación había sido un constante estira y afloja a través de los siglos, todavía no confiaba totalmente en mí aunque no lo decía, no me perdonaba que me hubiese enamorado de un cambia forma, nahual para ser exacta y que creyera que pudiese ser mi pareja eterna, el porcentaje de fracasos amorosos entre nosotros era poco frecuente; pero no por eso, exento de suceder. El elemento principal que había mantenido a flote la relación entre la guardiana celta del bosque y yo, en definitiva, era, es y será: la paciencia mutua.