Antes
de entrar en mi despacho, subí a la recámara por mi bolso y una pashmina para
tenerlas a la mano cuando partiéramos a la recepción, cuando irrumpí en ella la
luz de la luna que se filtraba por la ventana la iluminaba por entero, me
acerqué, la abrí, me senté en un pequeño sillón que había en la terraza,
contemplé por unos segundos ese divino astro nocturno, estaba grande, con una
circunferencia perfecta y una blancura admirable que contrastaba con lo oscuro
del cielo.
Ese
paisaje me inspiró para apuntar en mi diario lo siguiente:
“La luna de este mes se exhibe muy distinta a
la que en este mismo hace algunos años fijé mi atención; en ese entonces, lo
recuerdo muy bien era un poco más impresionante de tamaño, o al menos así me
pareció, su coloración fue lo que más me impactó, anaranjada, lo que le daba un
aspecto amedrentador, salvaje y bélico, me dio la sensación de que algo
terrible estaba por ocurrir, algo que sacudiría y cambiaría mi vida
radicalmente, en efecto fue un augurio que se cumplió pero que tuvo una parte
buena y mala conjuntamente; sin embargo, la que hoy tengo la dicha de observar
me predice cosas muy distintas de cuando la examiné por primera vez”. C.M
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