Nunca había sentido esta sed incontrolable, mi guía me había preparado para ser ecuánime en todo momento pero en esa ocasión fallé totalmente.
Era un hombre atractivo sí, ya en mi experiencia me había topado con seres de tales características; tanto mortales como inmortales, del género masculino y femenino, pero él emanaba otro tipo de poder seductor, de uno extremadamente peligroso.
Desde la primera vez que lo vi supe que algo no iría bien, toda mi razón y voluntad fueron esfumándose por arte de magia, de una bastante oscura y ancestral, a la que mi condición no fue inmune.
La primera entrega él me dejó hacer y deshacer: le arranqué la ropa, rasguñé su piel, todo el tiempo estuve sobre él, clavándome hasta el fondo su virilidad, saciando mi apetito y aliméntandome de su elixir, pude haberlo matado, jamás en mis momentos más pasionales había hecho esto, siempre tuve cuidado sobretodo con mortales; sin embargo, a él no parecía importarle mucho menos asombrarle, vaya, ni siquiera afectarle, cada encuentro era igual, no le hacía mella alguna, se curaba perfectamente de cualquier herida, en seguida recobraba su color saludable.
Así estuvimos por tres años, aparentemente yo era la depredadora que no tenía límite en cuanto a su sed se trataba pero todo fue una ilusión, una distracción en la que en realidad yo era la presa que se hallaba subyugada bajo el hechizo embelesador que era la ambrosía de su sangre, ese era su don, su cruel y perturbador don que me apartaron del verdadero amor de mi vida que pronto fue a mi rescate.
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