Esta vez no tuve
pesadillas, pero mi sueño fue en verdad exquisito más bien erótico, estábamos
los dos, en un dormitorio decorado con muebles antiguos, únicamente iluminado
con velas, la cama era completamente blanca con dosel rociada generosamente con
pétalos de rosas rojas, yo usaba un vestido color vino pegado al cuerpo, él
tenía el pecho descubierto y traía unos pantalones de cuero negros, los besos
eran interminables, las mordidas cada vez más fuertes, más profundas, empezamos
a sangrar y eso nos excitaba tremendamente a ambos hasta que finalmente
terminamos por arrancarnos la ropa. El olor de la sangre incrementaba más aun el deseo de poseernos completamente, me ató a las esquinas de la cama, me devoró de pies a cabeza. Con una fuerza que no sé de donde la obtuve, me desaté, fue tanta que acabé rompiendo el dosel, nos cayó encima, lejos de apagar el momento, me aumentó la energía y terminé montándolo, seguí mordiéndolo, el rojo lo tiñó todo haciendo juego perfecto con los pétalos de rosa.
Desperté jadeante, empapada de sudor, entre asustada y absolutamente encantada, ese sueño había sido la más sincera expresión de mis deseos, de mis verdaderos deseos...
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