La noche dio comienzo. Con una pizca de ansiedad recorro los pesados cortinajes y abro por completo la ventana, para mi sorpresa ése apetitoso vecino de a lado ha hecho lo mismo, me observa con asombro que se torna en lujuria, su mirada cambia, volviéndose vaga, el efecto de mi hipnosis hizo mella en la parte racional de sus cerebro, me extiende los brazos y sonríe perversamente. Es la invitación que esperaba para invadir su intimidad.
De un gran salto bajo de mi ventana y con otro alcanzo la suya sin problema.Quedamos frente a frente, su respiración se agita mientras lo rodeo como ave de rapiña a su presa, todo su ser azota mis sentidos, puedo oler su miedo y su deseo.
Apenas rozo la piel de su abdomen, el escalofrío provocado por mi gélido tacto es evidente, aún así me pega a su cuerpo, nos arrancamos la escasa que teníamos puesta, fusionamos nuestros labios, pieles, temperaturas despertando en cada uno a la bestia que estaba sosegada y pugnaba por salir. Su virilidad invade mi frío interno, en momentos como éstos extraño la mortalidad; lo disfruto eso sí, más no es el fin de mis invasiones nocturnas.
Casi al llegar al clímax me apropio de su cuello, pequeños hilos rojos tiñen su blanca piel, la mayor parte de su elíxir escarlata refresca mi garganta cuál vino rubí, agudizando aún más mis sentidos.
Nos despedimos, él débil, yo revitalizada. Cada madrugada el cielo purpúreo, la luna en su máximo esplendor y el viento fresco del mediterráneo, son nuestro escenario ideal para mis incursiones. Él es mi rehén perfecto, yo, su depredadora predilecta, ¿por cuánto tiempo? No estoy segura, sólo sé que, valdrá la pena esperar a la noche...
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